viernes, 15 de octubre de 2010

Destellos azules

Aryena corría como una exhalación, pero la asombrosa velocidad de sus piernas no le parecía suficiente a la elfa. Los árboles no eran más que borrosas siluetas a su alrededor. Ojalá tuviera alas. Alas... el secreto anhelo que tenía se coló entre su cavilaciones por un instante, antes de que la angustia lo apartara de su mente. -No llegaré a tiempo- pensó desesperada, teniendo pensamientos que su fría mente rara vez permitía.

Recordó con furia la batalla. La visión del caballero espoleando su caballo mientras tres jinetes se separaban de la contienda e iban trás él, siendo el primero ajeno a todo, demasiado ocupado en esquivar los filos de las espadas y de cumplir su misión; tenía que advertirle. Pensó en Raad. Le hubiera gustado contar con el sonido de sus patas golpeando el suelo en sintonía con ella y con su tranquilizadora presencia pero su fiel compañero, un magnífico tigre azul oscuro y blanco, se había quedado atrás terminando la tarea que ella había empezado. Un jinete menos.

Miró hacia delante tratando de vislumbrar algún rastro de los dos jinetes que quedaban entre la cortina de lluvia, pero incluso para ella resultaba difícil. Su corazón latía como el ruido de los caballos a los que seguía. Siguió avanzando. La lluvia le limpiaba la armadura manchada de sangre y barro, permitiendo que la Luna, a través de un hueco entre el oscuro cielo, arrancase de ella destellos azules.

Oyó un relincho. Estaba cerca. Continuó y se vio recompensada: sus ojos captaron un brillo metálico más adelante. Se aproximó sigilosamente hasta que por fin les divisó. Se dirigían al otro extremo de un claro, un claro en el que ya había alguien. Creyó que el corazón iba a salírsele del pecho cuando tomó conciencia de la precaria situación del caballero de plata. Un jinete avanzó. Se dispuso a seguirle pero entraba en el campo de visión del otro; le verían, y entonces no habría otra oportunidad. A pesar de que ella confiaba plenamente en él y en su victoria aun estando en tan peliaguda posición, no pudo evitar preocuparse y retrocedió con una fuerza de voluntad que ni ella misma sabía que podría tener. Mientras rodeaba el claro, oculta entre los árboles, desapercibida como una sombra, observaba el centro, atenta al más mínimo indicio de que las cosas se torcían, lista para actuar tan rápida como los rayos que cortaban el cielo.

Vio la arremetida del primer jinete y su fulminante muerte, pero no sabía el estado en el que se encontraba el caballero de plata. Vio también cómo el segundo avanzaba decidido. Se dirigió ahí con creciente horror, pero el caballo del desafortunado jinete apareció de repente desbocado y no lo pudo esquivar. Cayó bruscamente al suelo, rodando sobre sí misma hasta que un robusto abeto frenó en seco su trayectoria. Se levantó, y con la sangre hirviéndole en las venas miró impotente como el jinete restante golpeaba a su caballero. Estaba exhausta y al borde del agotamiento tanto física como mentalmente, pero corrió con todas sus fuerzas casi a la desesperada.

El jinete sacó su daga, a punto de rematar al caballero de plata. Decidida, levantó su arco. Sería lo último que hiciera, antes de que su corazón torturado se sumiera en el abismo que supondría su pérdida. Apuntó rápida pero cuidadosamente y disparó.

La flecha atravesó silbante el pecho del jinete, cayendo con un ruido sordo amortiguado por la tierra mojada. Permaneció quieta, sin atreverse a acercarse por temor de descubrir que había llegado tarde, tratando de ver a través de la lluvia.

Finalmente, suspiró profundamente y avanzó. Y así lo encontró: de rodillas, exhausto, rodeado de barro, sangre y muerte. Recorrió con la mirada la fea herida de su pierna, su coraza abollada, sus hombros hundidos bajo el peso del agotamiento, su resquebrajado yelmo en el suelo... pero a pesar de todo desprendía valor, tenacidad, honor, coraje.
Su mirada siguió su cuello, la línea de su mandíbula, y se detuvo. Finalmente, clavó su zafírea mirada en sus ojos. Unos ojos insondables, penetrantes, oscuros como el ónice, pero con una hermosa y brillante luz. Esa luz...

Porque estaré, no solo en los buenos momentos, sino también en los malos.

martes, 28 de septiembre de 2010

Fecha de caducidad

Una vez no hace mucho una amiga me dijo: "Confía en Dios, que iluminará los momentos más oscuros que puedan surgir".
Pero me encuentro a solas con las profundidades de mi mente. Un espacio en el que tengo todo tocado pero en el que sin embargo persiste la sensación de que el conjunto se me escapa de entre mis dedos, de que las conexiones no son lo bastantes fuertes como para que pueda pasar la luz a través de ellas.

Serán esos días cuando todo es tan oscuro que no puedes pensar.

Y el hecho de que otra cosa, tan importante, tiene fecha de caducidad... Una evidencia que ni yo quiero reconocer ante mí misma siquiera. -No se puede acabar- me digo prácticamente convencida, -eso no me puede pasar a mí-. Pero, mientras, intento luchar contra las lágrimas que insisten en salir de mis ojos y archivo el episodio en un rincón del que el odio se alimenta. Un odio causado por odio. Un odio que genera odio. Un odio que se convertirá en llanto.

domingo, 20 de junio de 2010

Hueco

No hacía más que ver parejas. De la mano, en bici; da igual. ¿Qué pensará ella al verlas? Es más, ¿pensará algo acaso? ¿Dónde quedó el amor? Creo que se transformó en un acuerdo de convivencia, lenta pero inexorablemente. Por comodidad. Por rutina. Por temor. Es muy triste y duro pensar esto, pero ojalá se vaya ella antes si eso hace que él se dé cuenta de su valor, buscando yo quizá justicia, aunque injusta y tardía. El sabor amargo inunda mis mente cuando pienso que si finalmente lo hace sólo ocasionará más dolor. La muerte es irrevocable.

martes, 15 de junio de 2010

Caras ocultas

Podéis hablar, sonreír, abrazarme, reíros conmigo. Podéis apoyar vuestra cabeza en mi hombro, contarme vuestras historias, darme un beso, coger mi mano, buscar consuelo... podéis hacer todas esas cosas y muchas más, pero jamás podréis ocultarme el lado que se oculta tras la máscara, el que me desconcierta totalmente. ¿Cómo es posible comportarse de un modo y luego de otro tan opuesto? ¿Cómo podéis sostener la mirada a aquellas personas que hacéis daño? Aparte de vuestro cuestionable comportamiento, lo peor es que atacáis a los de vuestro alrededor, gente que os quiere. Ojalá me equivoque pero llegará el día en el que os quedaréis sin nadie, solo con vuestra propia presencia y vuestros desagradables comentarios; llegará el día en el que no pueda más, y no seré la única.

Nunca, en toda mi vida, había experimentado pensamientos y sentimientos tan contradictorios. Puro misterio el funcionamiento de vuestra mente, la naturaleza de la lógica que la gobierna. Con lo que se ve es muy difícil darse cuenta de ciertas cosas, pero con un poco de atención, experiencia y buenas personas descubres, por suerte o por desgracia, que no es oro todo lo que reluce.


Porque esos ojos que tantas veces he contemplado inundados en lágrimas son los que miran con rencor la felicidad de otros. Porque esa encantadora sonrisa es la que se transforma en una con cierta malicia cuando os enteráis del mal ajeno. Porque esa tintineante risa no siempre es pura, sincera. Porque tenéis que apoyaros en el resto para manteneros a flote. Porque esa falta de humildad mina la autoestima de los demás. Porque esos labios que se dirigen inocentemente hacia mí son los mismos que forman comentarios hirientes y escalofriantemente retorcidos, que sólo pueden provenir de malas personas. Porque esos dientes que forman parte vuestra sonrisa son los que escupen veneno en cuanto me doy la vuelta.

Lástima que no sea vuestra única presa.

domingo, 25 de abril de 2010

Despertar cada mañana

Aunque abriera los ojos no vería demasiado. Las luces, con baja intensidad, crean un efecto íntimo, casi mágico. Penumbra.

Permanezco tumbada, quieta, en una relajación aparente y engañosa: mi corazón late con fuerza y todos mis músculos están tensos a la espera de que empiecen los primeros punteos de la guitarra. Al menos mi estómago ha dejado de rebelarse. Comienza la actuación.

Me levanto suavemente, como el felino que se prepara para una incursión nocturna, y voy despertando con un leve gesto a mis compañeros, mis amigos, mis hermanos, transmitiéndoles de ese modo que ha llegado el momento de decirle al mundo lo que somos y la razón de por qué estamos aquí. Mientras, acarician las guitarras arrancando dulces notas y creando así, desde la nada, una preciosa melodía que inunda cada fibra de mi ser, aplacando los nervios que dominan mi cuerpo.


Tomamos posiciones. A pesar de que apenas hay luz sé que delante hay un teatro lleno de personas viéndonos, atentos a lo que decimos, a nuestros movimientos,pero es solo una vaga consciencia: somos el micrófono, las guitarras y nuestras voces. Sin embargo una persona destaca sobre las demás: mi lobo. Le busco con la mirada sabiendo de antemano que es inútil, que mis ojos son incapaces de atravesar la oscuridad que tengo enfrente, pero aún así giro la cabeza esperando que nuestras miradas se crucen aunque sea fugazmente.

Empezamos suavemente, con dulzura, casi con miedo a romper el frágil ambiente que reina en la sala; sin embargo y según avanza la canción mi temblor disminuye y nuestras voces se fortalecen y unen formando una sola con un mismo mensaje. La canción aumenta de intensidad, las voces graves y agudas, masculinas y femeninas, se entrelazan, distintas y a la vez complementarias, hasta que de repente todo cesa. Durante un breve y eterno segundo lo único que se oye son los últimos sonidos que emitimos, resistiéndose a desparecer de este mundo. Inmediatamente después estalla un sonido atronador y embravecido, una confusa mezcla de aplausos, gritos y silbidos.

Una extraña tristeza surge en mi corazón: la tristeza de no volver a cantar nunca más encima de un escenario como participante, la tristeza de haber cerrado esa etapa de mi vida. Paradójicamente también experimento alivio, alegría y satisfacción. "Sed sencillos", reza el lema del XVII Festival Vocacional celebrado este año en Burgos. No me importan los premios porque acabo de recibir el mío. No me importan los aplausos del público, sino los de Él.

martes, 20 de abril de 2010

Soledad invisible

Sola. Sus pensamientos y ella. Grita, pero nadie le oye. Un grito silencioso y desesperado, un grito que le arrasa por dentro, un grito que no llegó a pensar que fuera a emitirlo.

Ve a las personas que quiere encerrados en sus mundos, a menudo con puertas unidireccionales, habituados a ello: mucho de entrada y poco de salida. Un fugaz "¿qué tal?" vacío. ¿A ella? A ella nunca le pasa nada. Ella no llora. Así que se limita a esbozar la sonrisa a la que están habituados, ajenos a su estado, sin plantearse siquiera el ver más allá, sin conocer la amargura y abatimiento que se esconde detrás; una sonrisa para que no se note nada. Conciencia tranquila menos la suya.

Quiere creer que es porque no se detienen en otros sin ninguna razón visible, pero en el fondo piensa que no quieren, que no se atreven a indagar más. Prefieren guardar en su retina y en su mente su alegre imagen a sus distantes e indiferentes ojos, a su figura cabizbaja. Miran sin ver. ¿Crítica? Nada más lejos de la realidad. Es más, se atrevería a decir que la culpa es suya. "Qué le voy a hacer", piensa con un suspiro resignado, "soy así". No envía señales precisamente fáciles de ver sencillamente porque no es su forma de ser, pero ahí están. Tampoco le gusta ir como un alma en pena reclamando atención, no le gusta mostrar negatividad... Pero de ese modo ¿su debilidad tampoco? Puede. Le avergüenza llorar incluso ante sí misma, pero también tiene sus límites. Se siente bien cuando la gente confía en ella porque su confianza se traduce en una corriente de agua cálida que le reconforta el alma y le hace sentirse útil, pero es humana y hay momentos en los que es ella la que necesita ser escuchada, la que necesita que piensen en ella como ella lo hace en ellos... aunque sea una simple palabra de aliento, un consejo, un desahogo, el compartir sus preocupaciones y temores. Nada.

No hay odio en su interior; nunca lo ha habido. Tampoco tiene fuerzas. No busca compasión: sencillamente su vía de escape es sacar lo que lleva dentro para que así, de esa forma, evitar que estalle dentro. Sus pensamientos y ella. Sola.