domingo, 25 de abril de 2010

Despertar cada mañana

Aunque abriera los ojos no vería demasiado. Las luces, con baja intensidad, crean un efecto íntimo, casi mágico. Penumbra.

Permanezco tumbada, quieta, en una relajación aparente y engañosa: mi corazón late con fuerza y todos mis músculos están tensos a la espera de que empiecen los primeros punteos de la guitarra. Al menos mi estómago ha dejado de rebelarse. Comienza la actuación.

Me levanto suavemente, como el felino que se prepara para una incursión nocturna, y voy despertando con un leve gesto a mis compañeros, mis amigos, mis hermanos, transmitiéndoles de ese modo que ha llegado el momento de decirle al mundo lo que somos y la razón de por qué estamos aquí. Mientras, acarician las guitarras arrancando dulces notas y creando así, desde la nada, una preciosa melodía que inunda cada fibra de mi ser, aplacando los nervios que dominan mi cuerpo.


Tomamos posiciones. A pesar de que apenas hay luz sé que delante hay un teatro lleno de personas viéndonos, atentos a lo que decimos, a nuestros movimientos,pero es solo una vaga consciencia: somos el micrófono, las guitarras y nuestras voces. Sin embargo una persona destaca sobre las demás: mi lobo. Le busco con la mirada sabiendo de antemano que es inútil, que mis ojos son incapaces de atravesar la oscuridad que tengo enfrente, pero aún así giro la cabeza esperando que nuestras miradas se crucen aunque sea fugazmente.

Empezamos suavemente, con dulzura, casi con miedo a romper el frágil ambiente que reina en la sala; sin embargo y según avanza la canción mi temblor disminuye y nuestras voces se fortalecen y unen formando una sola con un mismo mensaje. La canción aumenta de intensidad, las voces graves y agudas, masculinas y femeninas, se entrelazan, distintas y a la vez complementarias, hasta que de repente todo cesa. Durante un breve y eterno segundo lo único que se oye son los últimos sonidos que emitimos, resistiéndose a desparecer de este mundo. Inmediatamente después estalla un sonido atronador y embravecido, una confusa mezcla de aplausos, gritos y silbidos.

Una extraña tristeza surge en mi corazón: la tristeza de no volver a cantar nunca más encima de un escenario como participante, la tristeza de haber cerrado esa etapa de mi vida. Paradójicamente también experimento alivio, alegría y satisfacción. "Sed sencillos", reza el lema del XVII Festival Vocacional celebrado este año en Burgos. No me importan los premios porque acabo de recibir el mío. No me importan los aplausos del público, sino los de Él.

martes, 20 de abril de 2010

Soledad invisible

Sola. Sus pensamientos y ella. Grita, pero nadie le oye. Un grito silencioso y desesperado, un grito que le arrasa por dentro, un grito que no llegó a pensar que fuera a emitirlo.

Ve a las personas que quiere encerrados en sus mundos, a menudo con puertas unidireccionales, habituados a ello: mucho de entrada y poco de salida. Un fugaz "¿qué tal?" vacío. ¿A ella? A ella nunca le pasa nada. Ella no llora. Así que se limita a esbozar la sonrisa a la que están habituados, ajenos a su estado, sin plantearse siquiera el ver más allá, sin conocer la amargura y abatimiento que se esconde detrás; una sonrisa para que no se note nada. Conciencia tranquila menos la suya.

Quiere creer que es porque no se detienen en otros sin ninguna razón visible, pero en el fondo piensa que no quieren, que no se atreven a indagar más. Prefieren guardar en su retina y en su mente su alegre imagen a sus distantes e indiferentes ojos, a su figura cabizbaja. Miran sin ver. ¿Crítica? Nada más lejos de la realidad. Es más, se atrevería a decir que la culpa es suya. "Qué le voy a hacer", piensa con un suspiro resignado, "soy así". No envía señales precisamente fáciles de ver sencillamente porque no es su forma de ser, pero ahí están. Tampoco le gusta ir como un alma en pena reclamando atención, no le gusta mostrar negatividad... Pero de ese modo ¿su debilidad tampoco? Puede. Le avergüenza llorar incluso ante sí misma, pero también tiene sus límites. Se siente bien cuando la gente confía en ella porque su confianza se traduce en una corriente de agua cálida que le reconforta el alma y le hace sentirse útil, pero es humana y hay momentos en los que es ella la que necesita ser escuchada, la que necesita que piensen en ella como ella lo hace en ellos... aunque sea una simple palabra de aliento, un consejo, un desahogo, el compartir sus preocupaciones y temores. Nada.

No hay odio en su interior; nunca lo ha habido. Tampoco tiene fuerzas. No busca compasión: sencillamente su vía de escape es sacar lo que lleva dentro para que así, de esa forma, evitar que estalle dentro. Sus pensamientos y ella. Sola.