La noche del 25 de Diciembre, leyendo el Evangelio antes de acostarme, en la lectura del día venía una reflexión muy interesante y que sin apenas percatarme de ello me había hecho ya varias veces. Pocas cosas puedo añadir a ello:
"La aparición de una nueva vida humana es siempre un momento-síntesis: pone en movimiento, a partir de la pequeñez más inerme y delicada, un dinamismo del que nadie conoce su desarrollo: ¿Qué será este niño? ¿Qué puesto ocupará en el concierto de la historia?
La pregunta nos concierne a todos, pues cada uno de nosotros ha sido niño, y según el espíritu evangélico, debe continuar siéndolo para entrar en el Reino: ¿Quién será -quién es- aquel niño que fui yo? ¿Qué trayectoria estoy siguiendo? Si, volviendo por el "túnel del tiempo", me encontrara con el niño que fui, ¿lo reconocería? ¿Me reconocería él a mí?"
"El 25 de Diciembre Jesús, bajas a nosotros, hecho niño, para elevarnos contigo".
Si ahora que somos jóvenes debemos plantearnos estas preguntas y pensar sobre ellas, con mayor motivo tendremos que hacerlo conforme pasen los años.
Camino por la calle, viajo en metro, y cuando veo un niño a veces me pregunto qué será de él en el futuro: si será un buen novio y mejor esposo; si esos ojos llenos de inocencia mirarán con odio antes de cometer algo terrible; si romperá mil corazones en su búsqueda de un amor verdadero o si en cambio se lo romperán a él; si cometerá graves errores; si se encontrará solo y desesperado; si vivirá una vida sin destacar pero plena y feliz; si llegará a anciano; si tendrá nietos; si cada noche vendrán a visitarle fantasmas de sus recuerdos; si se acostará con la conciencia tranquila; si se despertará pletórico de optimismo y energía, dispuesto a comerse el mundo; si dentro de 20 años veré en las noticias a un científico español por el descubrimiento de una vacuna eficaz contra el VIH, y sin saberlo desde el salón de mi casa, resultara que una vez, aun siendo un niño con toda la vida por delante y yo una joven apenas asomada al gran teatro del mundo, me lo cruzara por la calle sin tener la más remota idea del brillante futuro que le esperaba: no sólo a él y sino a toda la humanidad que se beneficiará de su intelecto. En definitiva, me pregunto qué le deparará la vida, qué camino escogerá entre las infinitas posibilidades que hay, sin parar a preguntarme por los míos.
Y todo eso suponiendo que pueda tener la oportunidad de elegir, porque ese privilegio sólo está reservado a unos pocos afortunados. Las ramas aparecen y desaparecen constantemente en el gran árbol del Destino: muchas de ellas se cortan, otras más brotan y otras ni siquiera llegan a crecer.
En el fondo, aunque más superficial de lo que me gustaría, tengo claro lo que quiero: pido muchas cosas, pero ninguna es un capricho sino lo necesario -bajo mi punto de vista- para tener una vida plena; no se reduce a ser millonario ni cosas así. Pero hay tantas cosas que pueden salir mal... No es ser pesimista sino realista: en el mundo cada vez más loco en el que vivimos, la historia parece que no nos sirve de escarmiento y nos esforzamos por cometer no sólo los mismos errores sino cometerlos peor, y hay momentos en los que es un poco difícil creer que podremos llegar al final de nuestras vidas, mirar atrás y sonreír satisfechos. Pero por encima de todo, aunque sea lo suficientemente egoísta para no querer conformarme con eso, en realidad debemos estar agradecidos; si estás leyendo estas palabras probablemente tendrás que estarlo. Con sólo mirar a tu alrededor, aunque no llegues a darte cuenta ni del 1% de la realidad que te rodea (y en esto me incluyo) una parte de ti sabe lo afortunado que eres por tener la oportunidad de vivir tu vida. Así de sencillo y complejo. Y como la vas a vivir mejor es siendo un niño en espíritu: lleno de curiosidad, bondad, inocencia, alegría, sin prejuicios ni malas intenciones... porque teniendo esa actitud, aunque sin dejarse pisotear, el resto viene solo.

