martes, 25 de diciembre de 2012

Tesoros eternos


Se había imaginado esa escena cientos de veces, pero aun así la emoción le desbordaba y su corazón latía como si quisiera salírsele del pecho. Tras años de investigaciones, arduo trabajo, constancia y firme fe en su búsqueda, y a pesar de la incredulidad y escepticismo por parte de algunos de sus colegas, tenía ante sí lo que podía ser la obra culmen de su carrera.

Con manos temblorosas, ya envejecidas, acarició suavemente la pequeña puerta, casi temeroso de que desapareciera en cualquier momento y se despertara en su cama a miles de kilómetros de donde se encontraba. Una fina película de tierra y musgo se desprendió, dejando al descubierto los ricos grabados de plata y jade. Tanteó los bordes, cada uno de los grabados y piedras preciosas incrustadas, buscando la manera de abrirla.

Por fin, tras un dibujo de formas geométricas aparecieron 16 símbolos, símbolos que le resultaban más que familiares: no en vano se había pasado las dos últimas décadas de su vida estudiándolos. Tras un breve momento de vacilación, sus dedos volaron sobre ellos y esperó, convencido de que había descifrado correctamente el código. Sin embargo, debido a la cantidad de años que habían pasado, el mecanismo que abría la puerta, otrora eficaz y cumplidor de su deber, no se accionó.

Esperó. Esperó segundos, minutos, horas que parecieron años... pero la puerta no cedió ni un milímetro. Fue entonces cuando la decepción del arqueólogo fue tan infinita como el tiempo que el tesoro permanecería oculto en las mareas del tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario