Aryena corría como una exhalación, pero la asombrosa velocidad de sus piernas no le parecía suficiente a la elfa. Los árboles no eran más que borrosas siluetas a su alrededor. Ojalá tuviera alas. Alas... el secreto anhelo que tenía se coló entre su cavilaciones por un instante, antes de que la angustia lo apartara de su mente. -No llegaré a tiempo- pensó desesperada, teniendo pensamientos que su fría mente rara vez permitía.
Recordó con furia la batalla. La visión del caballero espoleando su caballo mientras tres jinetes se separaban de la contienda e iban trás él, siendo el primero ajeno a todo, demasiado ocupado en esquivar los filos de las espadas y de cumplir su misión; tenía que advertirle. Pensó en Raad. Le hubiera gustado contar con el sonido de sus patas golpeando el suelo en sintonía con ella y con su tranquilizadora presencia pero su fiel compañero, un magnífico tigre azul oscuro y blanco, se había quedado atrás terminando la tarea que ella había empezado. Un jinete menos.
Miró hacia delante tratando de vislumbrar algún rastro de los dos jinetes que quedaban entre la cortina de lluvia, pero incluso para ella resultaba difícil. Su corazón latía como el ruido de los caballos a los que seguía. Siguió avanzando. La lluvia le limpiaba la armadura manchada de sangre y barro, permitiendo que la Luna, a través de un hueco entre el oscuro cielo, arrancase de ella destellos azules.
Oyó un relincho. Estaba cerca. Continuó y se vio recompensada: sus ojos captaron un brillo metálico más adelante. Se aproximó sigilosamente hasta que por fin les divisó. Se dirigían al otro extremo de un claro, un claro en el que ya había alguien. Creyó que el corazón iba a salírsele del pecho cuando tomó conciencia de la precaria situación del caballero de plata. Un jinete avanzó. Se dispuso a seguirle pero entraba en el campo de visión del otro; le verían, y entonces no habría otra oportunidad. A pesar de que ella confiaba plenamente en él y en su victoria aun estando en tan peliaguda posición, no pudo evitar preocuparse y retrocedió con una fuerza de voluntad que ni ella misma sabía que podría tener. Mientras rodeaba el claro, oculta entre los árboles, desapercibida como una sombra, observaba el centro, atenta al más mínimo indicio de que las cosas se torcían, lista para actuar tan rápida como los rayos que cortaban el cielo.
Vio la arremetida del primer jinete y su fulminante muerte, pero no sabía el estado en el que se encontraba el caballero de plata. Vio también cómo el segundo avanzaba decidido. Se dirigió ahí con creciente horror, pero el caballo del desafortunado jinete apareció de repente desbocado y no lo pudo esquivar. Cayó bruscamente al suelo, rodando sobre sí misma hasta que un robusto abeto frenó en seco su trayectoria. Se levantó, y con la sangre hirviéndole en las venas miró impotente como el jinete restante golpeaba a su caballero. Estaba exhausta y al borde del agotamiento tanto física como mentalmente, pero corrió con todas sus fuerzas casi a la desesperada.
El jinete sacó su daga, a punto de rematar al caballero de plata. Decidida, levantó su arco. Sería lo último que hiciera, antes de que su corazón torturado se sumiera en el abismo que supondría su pérdida. Apuntó rápida pero cuidadosamente y disparó.
La flecha atravesó silbante el pecho del jinete, cayendo con un ruido sordo amortiguado por la tierra mojada. Permaneció quieta, sin atreverse a acercarse por temor de descubrir que había llegado tarde, tratando de ver a través de la lluvia.
Finalmente, suspiró profundamente y avanzó. Y así lo encontró: de rodillas, exhausto, rodeado de barro, sangre y muerte. Recorrió con la mirada la fea herida de su pierna, su coraza abollada, sus hombros hundidos bajo el peso del agotamiento, su resquebrajado yelmo en el suelo... pero a pesar de todo desprendía valor, tenacidad, honor, coraje.
Su mirada siguió su cuello, la línea de su mandíbula, y se detuvo. Finalmente, clavó su zafírea mirada en sus ojos. Unos ojos insondables, penetrantes, oscuros como el ónice, pero con una hermosa y brillante luz. Esa luz...
Porque estaré, no solo en los buenos momentos, sino también en los malos.