martes, 16 de mayo de 2017

La ilusión de lo eterno


El paisaje que se extendía ante ellos era sobrecogedor y la compañía, inmejorable. Era un momento tan bello y perfecto que por un instante pensó que no podría soportarlo más. Ojalá pudiera quedarse así para siempre. Sin embargo, más temprano que tarde tendrían que irse de ahí y hasta aquella escena imperturbable y eterna solo lo era aparentemente: llegaría el momento en el que no quedara nadie para verlo, y mucho después, el momento en el que la propia roca desapareciera.


La angustia y la tristeza inundaron su corazón. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro y él le rodeó con su brazo.

-Algún día estaremos muertos- dijo con un hilo de voz.

Él le estrechó aún más.

-Pero hoy estamos vivos.



lunes, 30 de enero de 2017


Una tarde más en la biblioteca. Recién comida y con un entusiasmo bajo mínimos, la tarde se prevé larga y tediosa. Con la excusa de aislarme del mundo y así concentrarme mejor, me coloco los cascos en los oídos y comienzo a elegir de mi limitada lista de música del móvil canciones tranquilas. Con eso listo y los subrayadores empezando a mirarme acusadoramente, me pongo a trabajar. Los minutos van pasando y los párrafos de teoría se leen, releen y memorizan.

De repente comienza a sonar algo familiar, algo que he escuchado cientos de veces. Una melodía que proyecta en tu mente exactamente lo que que quiere transmitir: un mundo en penumbra, frío y silencioso, aparentemente dormido, que da paso a la luz, al calor y al sonido a medida que unos tímidos rayos de sol cobran fuerza. Se trata de La mañana, de la obra Peer Gynt Suite nº1 op. 46, de Edvard Grieg. Las notas son los pinceles y mi imaginación, el lienzo.

Lo visualizo tan claro que parece real: es un prado precioso que se pierde en el horizonte, con un bosque a la izquierda. Las flores se estremecen bajo las caricias de la brisa, los conejos asoman su nariz por la entrada de su madriguera olfateando nerviosamente el aire del crepúsculo y los pájaros comienzan a despertarse, piando risueños todavía posados con las plumas ahuecadas. Un destello rojizo entre el verde oscuro del follaje indica que las ardillas ya empiezan con su incesante actividad. Reina una calma contenida.

Cada vez hay más y más luz, hasta que de repente una gran actividad de los instrumentos de cuerda marcan la aparición por el horizonte del astro rey, desparramando cascadas de oro. Las flores casi parecen erguirse y abrirse un poco más ante su vigorizante presencia, ávidas de luz y calor. El viento vuela con renovada energía entre la hierba y las hojas de los árboles, arrancando un murmullo que inunda el paisaje de ensueño. Los pájaros revolotean, cantando alegremente al nuevo día. Por aquí y allá un ratón de campo husmea el suelo en busca de alimento y la silueta de un ave de presa se adivina muy alto, a lo lejos, bajo un límpido cielo azul. La tierra se calienta.

La mañana continúa más tranquila tras ese enérgico comienzo. Otro latido, otra respiración, otro día. Un milagro tras otro de una belleza incomprensible e infinita: la vida. Casi puedo sentir la calidez del sol en mi piel provocando que se erice, ese olor a verde y frescura del aire, el sonido de las aves y del viento, el sosiego en el ambiente. Entre las flores cercanas, una mariposa alza el vuelo, errático y delicado a la vez, alejándose de donde estoy yo.


La música acaba y con ella mi ensoñación; de vuelta a una realidad menos placentera de apuntes, subrayadores y deberes que hacer. Con un suspiro de resignación me recoloco en la silla, dispuesta a leer, releer y memorizar de nuevo. Algún día iré ese prado, donde la paz lo impregna todo y las mariposas revolotean en busca de nuevos colores.


https://www.youtube.com/watch?v=KEG-v7Sm3Tw

martes, 29 de enero de 2013

Magia submarina


Hace dos noches vi este vídeo y no encuentro un adjetivo más apropiado que "conmovedor". Me ha parecido absolutamente increíble.

Alguien puede verlo, coincidir en que es un vídeo fuera de lo común y ya, pero yo me he quedado pensando en qué fuerza, intuición, instinto, pensamiento (no sé ni cómo llamarlo) impulsó a ese delfín no sólo a buscar ayuda sino además a buscarla en seres humanos; es como si supiera que le iban a poder ayudar. ¿Habrá visto personas con anterioridad? Y aunque las hubiera visto, ¿por qué se acerca? Va directo hacia el submarinista, sin titubeos, y aunque probablemente le hiciera daño al quitarle el anzuelo y el sedal, permanece. ¿Qué ha pasado por la mente de ese animal que le ha llevado a esa situación? ¿De dónde ha sacado esa confianza hacia una criatura de la que apenas sabe, estando además herido y por lo tanto vulnerable?




Escapa a mi entendimiento, cosa que me entristece y me alegra a la vez. Con casi toda seguridad nunca sabremos la respuesta: otro misterio añadido a la ya casi infinita lista de incógnitas de la Naturaleza. A menudo atribuimos cualidades humanas a animales pero estoy segura de que en muchos casos, como en este, están más cerca de nosotros de lo que creemos o queremos creer.

Gracias a los submarinistas por corresponder como se merece a la confianza de tan noble animal, compañero de existencia de este hermoso planeta en el que habitamos. Su amor y dedicación a nuestros "otros hermanos" debe ser un ejemplo para todos nosotros.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Hay que ser un niño


La noche del 25 de Diciembre, leyendo el Evangelio antes de acostarme, en la lectura del día venía una reflexión muy interesante y que sin apenas percatarme de ello me había hecho ya varias veces. Pocas cosas puedo añadir a ello:

"La aparición de una nueva vida humana es siempre un momento-síntesis: pone en movimiento, a partir de la pequeñez más inerme y delicada, un dinamismo del que nadie conoce su desarrollo: ¿Qué será este niño? ¿Qué puesto ocupará en el concierto de la historia?

La pregunta nos concierne a todos, pues cada uno de nosotros ha sido niño, y según el espíritu evangélico, debe continuar siéndolo para entrar en el Reino: ¿Quién será -quién es- aquel niño que fui yo? ¿Qué trayectoria estoy siguiendo? Si, volviendo por el "túnel del tiempo", me encontrara con el niño que fui, ¿lo reconocería? ¿Me reconocería él a mí?"

"El 25 de Diciembre Jesús, bajas a nosotros, hecho niño, para elevarnos contigo".

Si ahora que somos jóvenes debemos plantearnos estas preguntas y pensar sobre ellas, con mayor motivo tendremos que hacerlo conforme pasen los años.

Camino por la calle, viajo en metro, y cuando veo un niño a veces me pregunto qué será de él en el futuro: si será un buen novio y mejor esposo; si esos ojos llenos de inocencia mirarán con odio antes de cometer algo terrible; si romperá mil corazones en su búsqueda de un amor verdadero o si en cambio se lo romperán a él; si cometerá graves errores; si se encontrará solo y desesperado; si vivirá una vida sin destacar pero plena y feliz; si llegará a anciano; si tendrá nietos; si cada noche vendrán a visitarle fantasmas de sus recuerdos; si se acostará con la conciencia tranquila; si se despertará pletórico de optimismo y energía, dispuesto a comerse el mundo; si dentro de 20 años veré en las noticias a un científico español por el descubrimiento de una vacuna eficaz contra el VIH, y sin saberlo desde el salón de mi casa, resultara que una vez, aun siendo un niño con toda la vida por delante y yo una joven apenas asomada al gran teatro del mundo, me lo cruzara por la calle sin tener la más remota idea del brillante futuro que le esperaba: no sólo a él y sino a toda la humanidad que se beneficiará de su intelecto. En definitiva, me pregunto qué le deparará la vida, qué camino escogerá entre las infinitas posibilidades que hay, sin parar a preguntarme por los míos.

Y todo eso suponiendo que pueda tener la oportunidad de elegir, porque ese privilegio sólo está reservado a unos pocos afortunados. Las ramas aparecen y desaparecen constantemente en el gran árbol del Destino: muchas de ellas se cortan, otras más brotan y otras ni siquiera llegan a crecer.

En el fondo, aunque más superficial de lo que me gustaría, tengo claro lo que quiero: pido muchas cosas, pero ninguna es un capricho sino lo necesario -bajo mi punto de vista- para tener una vida plena; no se reduce a ser millonario ni cosas así. Pero hay tantas cosas que pueden salir mal... No es ser pesimista sino realista: en el mundo cada vez más loco en el que vivimos, la historia parece que no nos sirve de escarmiento y nos esforzamos por cometer no sólo los mismos errores sino cometerlos peor, y hay momentos en los que es un poco difícil creer que podremos llegar al final de nuestras vidas, mirar atrás y sonreír satisfechos. Pero por encima de todo, aunque sea lo suficientemente egoísta para no querer conformarme con eso, en realidad debemos estar agradecidos; si estás leyendo estas palabras probablemente tendrás que estarlo. Con sólo mirar a tu alrededor, aunque no llegues a darte cuenta ni del 1% de la realidad que te rodea (y en esto me incluyo) una parte de ti sabe lo afortunado que eres por tener la oportunidad de vivir tu vida. Así de sencillo y complejo. Y como la vas a vivir mejor es siendo un niño en espíritu: lleno de curiosidad, bondad, inocencia, alegría, sin prejuicios ni malas intenciones... porque teniendo esa actitud, aunque sin dejarse pisotear, el resto viene solo.

martes, 25 de diciembre de 2012

Tesoros eternos


Se había imaginado esa escena cientos de veces, pero aun así la emoción le desbordaba y su corazón latía como si quisiera salírsele del pecho. Tras años de investigaciones, arduo trabajo, constancia y firme fe en su búsqueda, y a pesar de la incredulidad y escepticismo por parte de algunos de sus colegas, tenía ante sí lo que podía ser la obra culmen de su carrera.

Con manos temblorosas, ya envejecidas, acarició suavemente la pequeña puerta, casi temeroso de que desapareciera en cualquier momento y se despertara en su cama a miles de kilómetros de donde se encontraba. Una fina película de tierra y musgo se desprendió, dejando al descubierto los ricos grabados de plata y jade. Tanteó los bordes, cada uno de los grabados y piedras preciosas incrustadas, buscando la manera de abrirla.

Por fin, tras un dibujo de formas geométricas aparecieron 16 símbolos, símbolos que le resultaban más que familiares: no en vano se había pasado las dos últimas décadas de su vida estudiándolos. Tras un breve momento de vacilación, sus dedos volaron sobre ellos y esperó, convencido de que había descifrado correctamente el código. Sin embargo, debido a la cantidad de años que habían pasado, el mecanismo que abría la puerta, otrora eficaz y cumplidor de su deber, no se accionó.

Esperó. Esperó segundos, minutos, horas que parecieron años... pero la puerta no cedió ni un milímetro. Fue entonces cuando la decepción del arqueólogo fue tan infinita como el tiempo que el tesoro permanecería oculto en las mareas del tiempo.

domingo, 21 de octubre de 2012

Océanos de fuego


El sol arrancaba destellos de su rubio pelo. Con la espalda y un pie apoyados en la pared, era la viva imagen de la despreocupación, como si fuera alguien que no tuviese otra cosa mejor que hacer que ver la tarde pasar. Sin embargo, debajo de esa apariencia relajada se escondía un cuerpo en tensión.

Cualquier persona que lo mirase vería un joven de 24 años increíblemente atractivo, con el pelo del color del oro viejo, unos ojos azules y luminosos con matices amarillos, una cara angelical y un cuerpo que parecía cincelado por el mismísimo Miguel Ángel. En general, tenía una apariencia física que hasta los dioses del Olimpo habrían envidiado. La chupa de cuero contrastaba con su pálida tez, terminándolo de hacer irresistible, y él lo sabía. Sin embargo, semejante reclamo no le hacía ninguna falta: los músculos, huesos y tendones que se escondían debajo de su piel le convertían en una perfecta máquina de matar, con una fuerza y agilidad sobrehumanas. Era acero líquido.

Echó la cabeza hacia atrás e inspiró profundamente un viento lleno de olores, fragancias que pocos seres sobre la Tierra eran capaces de distinguir y menos aún de apreciar. Y esperó; el tiempo no jugaba en su contra. No había ninguna prisa.

Durante un instante se acordó de la frase que tantas veces le había dicho su madre, hacía tanto tiempo que había perdido la cuenta de los días, meses y años que habían transcurrido: “no juegues con la comida”, pero es que, oh, a él le encantaba jugar con la comida.

Cambió de postura con un movimiento tan fluido y elegante como un felino al cambiarse de rama. Instantes más tarde, de repente, salió ella, pero su pétrea pose siguió intacta. Sólo le delató el brillo salvaje que cruzó relampagueante sus ojos del color del océano.

La observó como sólo unos ojos como los suyos podían hacerlo: su pelo cobrizo, sus ojos azules, chispeantes y tan llenos de vida. Su piel era increíblemente pálida, y cuando giró la cabeza para hablar con una amiga casi pudo ver la azulada vena que le recorría su suave cuello, llena de abundante y cálida… su risa interrumpió sus pensamientos y tragó saliva. “Calma”, se dijo. No le gustaba perder el control, y menos cuando estaba tan cerca de conseguir su objetivo.

Vio como se despedía de su amiga con un alegre gesto y enfilaba el camino a casa. Entonces, una sonrisa tan sensual como peligrosa bailoteó sobre sus carnosos labios, descubriendo unos colmillos tan afilados y sedientos de sangre como una espada de marfil.

viernes, 15 de octubre de 2010

Destellos azules

Aryena corría como una exhalación, pero la asombrosa velocidad de sus piernas no le parecía suficiente a la elfa. Los árboles no eran más que borrosas siluetas a su alrededor. Ojalá tuviera alas. Alas... el secreto anhelo que tenía se coló entre su cavilaciones por un instante, antes de que la angustia lo apartara de su mente. -No llegaré a tiempo- pensó desesperada, teniendo pensamientos que su fría mente rara vez permitía.

Recordó con furia la batalla. La visión del caballero espoleando su caballo mientras tres jinetes se separaban de la contienda e iban trás él, siendo el primero ajeno a todo, demasiado ocupado en esquivar los filos de las espadas y de cumplir su misión; tenía que advertirle. Pensó en Raad. Le hubiera gustado contar con el sonido de sus patas golpeando el suelo en sintonía con ella y con su tranquilizadora presencia pero su fiel compañero, un magnífico tigre azul oscuro y blanco, se había quedado atrás terminando la tarea que ella había empezado. Un jinete menos.

Miró hacia delante tratando de vislumbrar algún rastro de los dos jinetes que quedaban entre la cortina de lluvia, pero incluso para ella resultaba difícil. Su corazón latía como el ruido de los caballos a los que seguía. Siguió avanzando. La lluvia le limpiaba la armadura manchada de sangre y barro, permitiendo que la Luna, a través de un hueco entre el oscuro cielo, arrancase de ella destellos azules.

Oyó un relincho. Estaba cerca. Continuó y se vio recompensada: sus ojos captaron un brillo metálico más adelante. Se aproximó sigilosamente hasta que por fin les divisó. Se dirigían al otro extremo de un claro, un claro en el que ya había alguien. Creyó que el corazón iba a salírsele del pecho cuando tomó conciencia de la precaria situación del caballero de plata. Un jinete avanzó. Se dispuso a seguirle pero entraba en el campo de visión del otro; le verían, y entonces no habría otra oportunidad. A pesar de que ella confiaba plenamente en él y en su victoria aun estando en tan peliaguda posición, no pudo evitar preocuparse y retrocedió con una fuerza de voluntad que ni ella misma sabía que podría tener. Mientras rodeaba el claro, oculta entre los árboles, desapercibida como una sombra, observaba el centro, atenta al más mínimo indicio de que las cosas se torcían, lista para actuar tan rápida como los rayos que cortaban el cielo.

Vio la arremetida del primer jinete y su fulminante muerte, pero no sabía el estado en el que se encontraba el caballero de plata. Vio también cómo el segundo avanzaba decidido. Se dirigió ahí con creciente horror, pero el caballo del desafortunado jinete apareció de repente desbocado y no lo pudo esquivar. Cayó bruscamente al suelo, rodando sobre sí misma hasta que un robusto abeto frenó en seco su trayectoria. Se levantó, y con la sangre hirviéndole en las venas miró impotente como el jinete restante golpeaba a su caballero. Estaba exhausta y al borde del agotamiento tanto física como mentalmente, pero corrió con todas sus fuerzas casi a la desesperada.

El jinete sacó su daga, a punto de rematar al caballero de plata. Decidida, levantó su arco. Sería lo último que hiciera, antes de que su corazón torturado se sumiera en el abismo que supondría su pérdida. Apuntó rápida pero cuidadosamente y disparó.

La flecha atravesó silbante el pecho del jinete, cayendo con un ruido sordo amortiguado por la tierra mojada. Permaneció quieta, sin atreverse a acercarse por temor de descubrir que había llegado tarde, tratando de ver a través de la lluvia.

Finalmente, suspiró profundamente y avanzó. Y así lo encontró: de rodillas, exhausto, rodeado de barro, sangre y muerte. Recorrió con la mirada la fea herida de su pierna, su coraza abollada, sus hombros hundidos bajo el peso del agotamiento, su resquebrajado yelmo en el suelo... pero a pesar de todo desprendía valor, tenacidad, honor, coraje.
Su mirada siguió su cuello, la línea de su mandíbula, y se detuvo. Finalmente, clavó su zafírea mirada en sus ojos. Unos ojos insondables, penetrantes, oscuros como el ónice, pero con una hermosa y brillante luz. Esa luz...

Porque estaré, no solo en los buenos momentos, sino también en los malos.